Trabajo de campo

Si usted es hombre es claro que ha presenciado tal espectáculo. Incluso, si es mujer, pero alguna vez ha ingresado al habitáculo que se esconde detrás de la puerta con el rotulo 'hombres', es probable que también sepa de lo que estoy hablando. Siempre están allí, en cualquier baño público mas o menos concurrido: un grosero manojo de vellos púbicos flotando en el mingitorio, entre bolitas de desodorante y algún que otro chicle masticado.

Más allá del impacto visual que genera tal imagen, el hecho no deja de producir curiosidad. ¿Como han llegado esos vellos ahí? ¿Quién los ha dejado? ¿Cual es su objetivo? ¿Que es lo que conduce a un sujeto a arrancar su vello púbico para dejarlo en un mingitorio? ¿Lo hace con las manos? ¿O lleva una tijerita? ¿Es, acaso, una demostración de hombría que no logro comprender? ¿Un comportamiento que marca territorio, como si el compulsivo arrancador de vellos quisiera decir 'si, este es mi vello púbico, flotando en el mingitorio; este mingitorio, en consecuencia, me pertenece”? ¿O acaso existe una enfermedad que produce alopecia genital?

En vista de los acontecimientos, he decidido hacer trabajo de campo. Allí estaré, de 18 a 24, oculto en algún un baño público, simulando orinar en un mingitorio. De incógnito, observando, a la espera de alguno de éstos especímenes. Si me ven, por favor, háganse los desentendidos.

 Un saludo y hasta la próxima.
A veces
me pregunto 
si todas
esas cosas
que uno escribe,
todos esos 
sentimientos 
vomitados 
no son 
otra cosa 
que un artificio 
para ocultar que
en realidad 
uno
no
siente
nada.
Sábado. 4:30 am. Recién arribado, y por pura costumbre, abre usted la heladera. Allí está, fulgurante entre el macrocosmos que desdibuja esa lucecita de mierda: una porción de pizza. LA porción de pizza.
"¿Tengo hambre?" siente la necesidad de preguntarse. Y la respuesta sincera es un no: No solo su abundante cena lo han dejado sin apetito por el resto de la jornada sino que, incluso, debe reconocer una leve acidez estomacal subiendo por su tracto digestivo, producto de la cantidad indeterminada de ferneces que ha ingerido a lo largo de la velada.

Y sin embargo, no puede evitar observarla, curioso. Es perfecta. Incapaz, por su sobria cantidad, de ser propuesta de almuerzo; con su media masa y su jamon, con sus morrones incrustados sobre una generosa cantidad de muzzarella. "Que diablos, allá vamos", se dice a si mismo en un intento de volver simpática una situación un tanto decadente, mientras prende la tostadora y arroja allí, sobre el fuego, a su canapé gigante.

Diez minutos mas tarde habrá borrado de su cabeza todo el episodio. Recién volverá a recordarlo cuando, aún legañoso, intente tostar sus rodajitas de pan integral y se tope, de prepo, con el grasiento gratinado vejando sus fosas nasales desde el fondo de la tostadora, un lunes a primera hora.
Escrito hace varios años. Ocasionalmente tengo que recordármelo.

Escribir. Escribir porque sí. Escribir por las dudas. Escribir por práctica. Escribir sin razón, por inercia, solo para ver que pasa. Escribir y escarbar, y revolver entre la mugre, la piel, los intestinos, revolver entre la nada. Escribir y vomitar, sin detenerse, intentando que sea algo con forma, algo que nos regocije, nos llene, nos alumbre, nos sorprenda. Escribir para encontrar la falla, no solo en el texto, siempre imposible, siempre imperfecto, sino también en uno, siempre imposible, siempre imperfecto,  siempre abatido, siempre ocupado, siempre lleno y tapado y retapado con litros de tinta desgastada que forman capas insondables que ocupan, que ocultan. Escribir intentando encontrar un puñetazo en la quijada, despabilante. Escribir porque se acaba el tiempo, que pasa constante siempre inconstante, siempre mas rápido, y las piernas cada vez mas cansadas para alcanzarlo, y las arrugas que aparecen sin que desaparezcan los granos. Escribir porque es necesario, porque las palabras quedan chicas y ocupan espacio, pero vacían a otro, a uno, lo empujan, lo encaran, lo acosan, lo encierran, lo escupen, lo apalean, lo matan. Escribir de madrugada, cuando los ojos rojos, las lágrimas secas y el pecho entumecido buscan respuestas. Escribir porque es necesario. Escribir porque hace falta.



Desdén

De vez en cuando
sueño
con casas.

Casas,
que no son mi casa
pero que
en el sueño
si lo son.

Casas añejas
de techos altos
y vidas largas
que al igual que mi casa
necesitan refacción.

Entonces
lijo
y pinto
y cableo
y reparo.

Y al final despierto.

Aún dormido
recorro la casa
-mi casa-
y contemplo la desidia
con sus paredes escamosas,
sus pisos con pegote
y sus bollos de ropa
acartonándose al sol.

Entonces
me preparo un buen café
y juego
las cinco vidas
del candy
crush.

Freelance

A mi 
lo que 
me molesta
es la inevitabilidad
del asunto,
que tarde o temprano
tus demonios despierten
y me dejen
con el ¿corazón?
regurgitado
en la boca.

No sé.

Debe ser
que ya ando viejo
como para tener que buscar excusas
que eviten 
decirte que
algo
un poco
te quier

Mi tentempié de madrugada

Solo bastó con
lamer
la tapa de papel metalizado
para entender
que algo allí
no andaba bien.

Mas, absorto a lo que sucedía en pantalla,
hundí la cuchara en el potaje,
y procedí a llevarlo a la boca.

Rancio.

Mi postrecito light
de chocolate
estaba rancio.

Mi anhelado
tentempié de madrugada
yacía
espeso
y rancio.

Esporas mohosas
habían comenzado
a formarse
en su superficie.

No se muy bien por qué,
pero igual tragué
la porción
que alojaba en mi boca.

Casi pude sentir
el cosquilleo
en mi garganta
de esa pelusa grisácea
que indicaba
el comienzo de vida
fungicelular.

La fecha de caducidad indicaba un 28 de mayo.
¿Es que tanto tiempo había pasado desde su adquisición?
Mi memoria,
un dislate cronológico
concebía
a lo sumo
dos semanas.

¿Acaso era posible
que haya sido estafado
por la oriental del minimercado?
Pero si suele ser tan
amable.
Siempre me saluda con un
'hola amigo'
un tante hilarante.

En la pantalla
aún discurría la trama.
Pero ya nada importaba.
Pues me había quedado
sin mi tentempié
de madrugada.

Fantasías

Algún día escribiré un libro. Se llamará "el arte de hacer puré". No, no será un libro de defensa personal. Podría, es verdad, escribirlo, si quisiera. Pero no. Será un libro de cocina, con una sola receta. La recetá definitiva del puré. Tendrá tan solo dos páginas. Porque ni siquiera dirá con que acompañarlo. Y no, no involucrará nuez moscada. Pimienta, quizás, a lo sumo. Será un bestseller, lo sé. Figurará en la sección de autoayuda. Si, autoayuda. ¿O acaso hay algo mas práctico que saber hacer un buen puré? ¿O mas satisfactorio? ¿No es, acaso, una técnica de superación personal? Y soy el indicado para hacerlo. Soy un purista del puré, aborrecedor de los herejes fanáticos del puré aguado, Execrador de las practi-mamis-del-puré-chef. Tal es mi ortodoxia que, cuando dejé mi hogar natal, una sola cosa le pedí a mi madre: ese prensa papas incómodo, aparatoso, arcaico, motor de mis más oscuras fantasías.

Mis fantasías de puré.

Vacaciones

Por momentos,
esa necesidad de tomarse un respiro.
Bajar la guardia
y quitarse el disfraz.

Ser,
ante todo
y con todo
-tan poco-
triste,
gordo,
sordo,
bobo,
solo.

Y ya.

Quince

Felicidades,
ya tienes quince años.

Celebremos
que tu vagina ya sangra
y que tus senos
se están desarrollando.

Prende tus velas,
y baila tus valses.

Pronto 
estarás lista
para engendrar prole.

Festejemos.
Hay sanguchitos.


Buen día

Un día usted se despierta y por razones que le cuesta determinar, bueno, no, no es tan difícil de determinar, el problema es que usted se durmió torcido, si, torcido, con el cuerpo torcido, los miembros torcidos, el cuello torcido, la cabeza torcida y el cerebro bastante torcido también, en fin, que usted se despierta después de como siete horas de retorcidez y descubre, a su pesar, que tiene no uno, sino los dos brazos dormidos, no las manos, los brazos, enteros, bueno hasta el codo que es bastante, sobre todo porque no es esa somnolencia de meros pinchazos que con unos sacudida momentánea del miembro afectado se pasa y a otra cosa mariposa y si te he visto no me acuerdo, sino que la cosa es un poco mas grosera, violácea, hinchada, amoratada, insensible, algo que podría resultarle hasta preocupante digamos, si no fuera porque, encima de que se está meando, le suena el teléfono que usted usa a modo de despertador, porque usted es de esos que dice para que me voy a comprar un despertador si tengo un celular que tiene un modo de despertador y encima le puedo poner el ringtone que se me canta, cosa que nunca en su vida hizo, y además de eso, lo que es la tecnología, me indica al instante la cantidad de horas que voy a dormir, siete, todas torcidas, para qué, se dice, y, por ejemplo, para no tener que lidiar con la situación que se le presenta ahora, que es operar ese teclado ridículamente ínfimo con unos dedos mochos que no quieren responder y uia, uia, aia, uia, y el aparatito que se le desliza de las manos, y udyrf hace fuerza para agarrrrrarlo pero no, cae, cae, cae, no sin antes rebotar en la mesita de luz y deslizarse hacia ese criadero de pelusas que esconde bajo la cama, y lo más terrible es que no se apaga, no, el politono horrible, ese que nunca osó cambiar, continúa con su jadeo monocorde en un crescendo que comienza a desgarrarle el cortex, por lo que, aún medio dormido, y con los brazos aún más dormidos, se incorpora en un pseudo salto ornamental que no solo le joderá la rodilla para el resto de la jornada sino que también le hace recordar al instante que se mea, mal, mucho, la fuerza de cien bueyes presionando sobre su vejiga, así que el aparato seguirá sonando mientras usted se dirige, a los saltos, saltitos, siempre con la rodilla sana, hacia el cuarto de baño, a la par que sacude sus manos amoratadas como para despertarlas, y cada saltito es un golpe que hace presssión sobre su otrora inmaculada vejiga, que ya deja escapar unas gotitas de pissss que comienzan a humedecerle la ropa interior desvencijada cuyo elástico cede ante cada avanzada, pisss, deslizándose mas y más hacia abajo hasta enredársele entre las piernas, pisss, lo cual le complica el avance pero en cierta forma le ahorra trabajo porque ahí viene, pisssssshhh, y usted con su mano mocha, pssshhhhh, que no puede manipular el asunto con soltura, pshshhss sobre el retrete, phshhhshsh sobre la tabla, psshhh sobre el piso y azulejos, y psshshhusshh también sobre su mano que recién entonces se despierta, mientras que, desde abajo de su cama, el telefonito continúa aullando un horrendo, horrendo 'buen día'.
Quien te dice
quizás
algún día
con un poco de suerte
logre reencarnar en una piedra.

El primer tabaco de la mañana lo fuma desnudo, sentado en el inodoro, con los ojos cerrados y el reverb de una ducha abierta que empaña los azulejos, intentando recordar aquel sueño de resaca melancólica.

Tampoco lo logra.

Moonwalk

Evidentemente, el ipod enganchado a la muñequera empezó a reproducir un tema de Michael Jackson, porque el sujeto - mayor de 35 años, musculoso, bronceado, sudado y sin mas ropa que un diminuto short deshilachado de jean y unos anteojos negros de marca, - no tuvo el menor reparo en imitar, sin mucho éxito, el moonwalk. Nada parecía importarle demasiado: ni que fueran las 12.30 de un día laborable, ni mucho menos que estuviera circulando en rollers por el medio de una calle más o menos concurrida en contramano y de espaldas al tránsito.

Compenetrado en su pobre intento de baile desoyó los bocinazos de la f-100, que se vió obligada a chirriar los frenos para detenerse a escasos centímetros del cuerpo del danzante que, aún sin inmutarse, aterrizó suavemente sobre el capot del auto. "Ya estas grande para ser tan pelotudo", le espetó el conductor, con más verguenza ajena que bronca.

Asustado primero, absorto después, la reacción del patinador llegó tarde: solo atinó a correrse del medio de la calle. Recién cuando el auto comenzaba a acelerar comprendió el insulto, y, en un rapto de patetismo intentó patear el guardabarros de la camioneta, resbalando en el proceso y cayendo de lleno al piso. "Forro", le gritó desde el pavimento, mientras se frotaba el raspón de una rodilla. La F-100 se alejaba rápido de la escena.
Ese jardín necesita mas enanos.

¿Quieres venir a casa, nena?


¿Quieres venir a casa, nena?
Tengo un lemoncello
que robé
de uno de esos restaurantes caros.

No pienses que suelo a ir a esos lugares.
Y menos aún con otras chicas.
No hay otras chicas.
Solo tú.
Bueno, siempre está mi madre,
pero ella ya es una anciana.

Con ella fui a ese antro de aristócratas.
Nos acompañaba un tío alcohólico,
Sabes, en cierta forma
el sujeto
es un perdedor.
Aunque
pensándolo bien
tiene suficiente pasta
para ser medianamente exitoso.

Tu sabes.

¿Quieres, entonces, conocer mi pocilga?
No te preocupes, nena.
Es un eufemismo.
Todo está bastante limpio
y ordenado.

Lo hice pensando en ti, ¿sabes?
Pensé
en que quizás vendrías.

No te hagas ilusiones,
Tampoco soy tan pulcro.
No sea cosa
que pienses
que soy un perdedor.

Y cuando digo perdedor
no me refiero a esos con talento,
que escriben en español neutro,
y siempre tienen una buena excusa
para pelear ebrios en los bares,
hasta que mueren, demasiado pronto, de cirrosis.

No.
Me refiero a aquellos
que no toleran beber demasiado,
ni tienen marcas de batalla en el cuerpo;
Esos
con un empleo mediocre
y una vida mediocre
llena de anhelos mediocres
y espejismos momentáneos;
que no saben seducir a una chica como tu,
ni tienen sexo con chicas como tu,
y que limpian sus hogares
fantaseando
con que
algún día
lograrán
llevarte
a la cama.

¿Vienes entonces?
Ese lemoncello está esperandote.

Con el tiempo me he vuelto selectivo: Ya no tengo reparos en abandonar los libros, las películas, los discos que no me agradan.

Antes me obligaba a terminarlos, aún sabiendo que no me dejarían nada. Necesitaba devorarlos, deglutirlos, como si, de alguna manera, ello me volviera una persona mas culta.

Ya no tengo esa paciencia.
O memoria para recordarlos.