Desde el fondo del bondi se lo vio venir. Avanzaba por el pasillo a los tropezones cual puber sin control de su cuerpo, chancleando con sus ojotas de marca. Apenas rellenito, intentaba disimularlo esgrimiendo principios de musculatura anaeróbica. Pero no: los granos purulientos, los anteojos demasiado profundos, la curita recorriendo de lado a lado su nariz y, sobre todo, la lengua apenas asomando por entre unos labios con hebras de baba seca lo delataban.
-Dame el asiento-, le espetó, seseante pero decidido, a un sujeto de unos treintaytantos años que ocupaba en una fila individual. Éste se sacó los auriculares, y le preguntó por que debería hacerlo.
-Porque me quiero sentar-, fue toda la respuesta.
-Pedí el asiento adelante-, sentenció el tipo.
-No, adelante no quiero. No me gusta.
-...y a mi no me gusta viajar parado.
-¡Dame el asiento!-, dijo, elevando la voz.
-No- respondió el sentado, exageradamente tranquilo.
-Si no me lo das te pego.
-...¿Eh?
-Que te voy a pegar.
-No.
La mano voló como trompada de valga la redundancia, para encastrar perfecto en el pecho del sujeto sentado. Adolorido, éste amagó con devolver el golpe, para arrepentirse a último momento. "Mogo de mierda", solo atinó a decir antes de volver a su butaca. Fue suficiente: el golpeante retrocede aterrado, lo suficiente como para trastabillar y caer de lleno sobre Señora 1, que lanzó un gemido ahogado. Señor 1, entonces, se ve obligado a interceder: ayuda al golpeante a levantarse y chequea el estado de salud de ambos; a la postre, lanza una puteada al sentado. Ahí es cuando Señora 2, que observaba la situación ofuscada, aprovecha la -literal- pegada para sumarse en el insulto. Y señora 3 también. El sentado se defiende con el único y pobre argumento que tiene, que el chico debería sentarse adelante: Igual encuentra rápido un par de aliados. Pero Señor 1, Señora 2 y Señora 3 están dispuesto a defender los intereses del golpeante que, confundido, ya no sabe muy bien como continuar la contienda. Veinte segundos mas tarde el colectivo se ha vuelto una turba de gritadores y puteantes. Al chofer, entonces, no le queda otra que interceder. Estaciona el vehículo, observa la escena y resopla. Evitando a todos y cada uno de los involucrados sacude del hombro a Señora NN, que a pesar de la bulla reinante aún se las ingenia para simular una siestita, como para que levante de una buena vez por todas su culo del asiento de discapacitados, que es donde, haciendo puchero, terminará viajando el golpeante el resto del trayecto.
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