La nona era mitad tana y mitad alemana, tenia unos ojos celestes de mirada profunda, y uno de los nombres mas surrealistas que he oído -Iris Venus-, aunque todos la conocían como Chita -"como la mona" aclaraba cuando era necesario-. Era bastante terca y cabezadura, y tenia un stock de anécdotas que no tenía problemas en volver a contar, siempre marcando la pausa en los mismos lugares, siempre manteniendo los mismos yeites en el relato.

Era un tanto aficionada a la bebida -"empecé a tomar vino a los cinco años"-, y cocinaba bastante rico. Si le preguntas a otros integrantes de la familia probablemente te hablen de sus ravioles caseros cuya receta incluía seso, o el matambre tiernizado al horno. Mi preferido, sin embargo, eran unos mas sencillos bifes a la criolla con puré, los cuales solía cocinarme los viernes por la noche, cuando era niño y solía quedarme en su casa a dormir. Luego de la cena, y mientras mi abuelo espiaba con carpa a las tipicas vedettes del típico programa humorístico televisivo, solíamos despacharnos con mi abuela unas partidas de generala o escoba del quince. A veces me dejaba ganar. Solo a veces.

La nona tenía 93 años, y vivió mas de lo que incluso ella hubiera deseado. Su partida, si bien era esperable, también es extraña: uno no podía evitar, erroneamente, darla por sentado. Como si siempre fuera a estar alli. Vivió como quiso, y se fue como quiso: tranquila, sola, en el living de su casa, en silencio y en paz.