Plaza


Uno nunca sabe como empieza exactamente el sueño, con lo que de repente se encuentra inmerso en medio de él, en una plaza desconocida, con un mate tibio medio lavado, unos apuntes de una carrera universitaria que desconoce, un teléfono celular con poca bateria, y un mensaje a ser transmitido.

La destinataria es su pareja, la mujer que usted aprecia, estima, quiere, aquella que día a día ocupa -contra todo pronóstico propio siempre tan poco optimista- un espacio cada vez mas relevante en su nimia e insignifante existencia.

El contenido del mensaje es, igual que el apunte, también difuso: algo relacionado a lo laboral, unos diseños ya terminados que necesitan aprobación, una pavada por el estilo. El paratexto, en cambio, es bastante claro: una excusa para intercambiar un par de palabras, saber que es de ella, que ella sepa que es de usted, colarle un 'te quiero' en la charla, robarle, con la respuesta, una sonrisa a su, aún, nimia e insignifante existencia.

Pero los mensajes -de whatsapp, facebook, texto, da igual-, no son respondidos. Y las llamadas repiquetean para siempre terminar estampando contra el monocorde tono que anuncia que dicho número se encuentra ocupado o fuera de cobertura. Desde la otra punta de la plaza, la cual atravesó gracias a su costumbre de caminar cuando realiza una llamada, mira a sus apuntes, a su mate, a su libro electrónico depositados en uno de los bancos, y se pregunta por que nadie se lo ha robado todavía.

Una elipsis poco clara, excepto en su consciencia, lo transporta a la mañana siguiente. Aún sigue en la plaza, con un mate ya frío que nadie se ha robado, y una angustia creciente por la falta de respuesta. Allí es cuando la ve a ella, a la mujer que usted aprecia, estima, quiere, en su bicicleta cotidiana, con un vestido floreado poco propio de ella, con unas ojeras y una boca desdibujada por la preocupación tampoco propios de ella, atravesando la plaza, distraída, rumbo al que, ahora recién entiende, es su hogar. No el de ella, sino el suyo.

Y usted le grita. Pero ella no oye. Y lo intenta de nuevo. Y otra vez. Hasta quedarse sin voz. Y entonces corre. Y se agita. Y grita, como puede, sin voz, sin aire, de nuevo, pero ella sigue su camino, sin inmutarse. Y la desesperación crece, porque sabe que ella lo busca a usted, y usted la busca a ella, pero parece que no hay forma de comunicarse.

En la puerta de su hogar, finalmente, la alcanza. Ella revuelve su bolso en busca de las llaves que usted aún no le dio, pero que estipula que eventualmente le terminará dando. Y toca su hombro. Y le dice 'aca estoy'. Pero ella no se da vuelta. Y entonces La sacude, la empuja. Al final también la besa. Y ella no reacciona. Y con sus labios aún en contacto y mirándola a unos ojos que lo atraviesan como si fuera invisible, usted entiende. Usted es pasado. Usted ya no existe. Y entonces despierta.

Mira su despertador, que también es teléfono celular. Son las 7:30 de una mañana de domingo. Piensa, por un instante, enviarle un mensaje de whatsapp. La excusa, contarle esta historia. El paratexto, clarísimo.

Al final usted se contiene: aún es demasiado temprano. Y mire si no le responde.