El chicotazo de las fiestas no llega con el arbolito, las publicidades o, incluso, con el estrés familiar. Ante ello, uno siempre puede correr los ojos, mirar hacia otro lado, desentenderse del asunto. No. El revés llega ante el primer deseo impune de 'felicidades'. No importan las buenas intenciones del sujeto: sin quererlo te ha hundido de lleno en esa vorágine de banquetes orgiásticos, abrazos hipócritas y consumos por encima de tu humilde economía. Sin desearlo, el sujeto te ha obligado a participar activamente del tema, a responder el saludo, a desearle vos también un alegre festejo de una religión que no te compete y una próspera performance en la siguiente iteración del calendario gregoriano.
Gracias, administrador freelance de bases de datos.
Te odio.