Ella revolvía su arroz con camarones
sin muchas ganas, diseccionando las pequeñas partes del marisco que le
daba impresión comer. El picoteaba su seco de carne, mientras la
observaba un tanto molesto: al fin y al cabo había sido su propuesta
ir a un restaurante peruano, luego de que no encontraran un lugar de pastas a esa hora por
esa parte de la ciudad.
Cenaron en silencio, intercambiando
algún que otro comentario respecto al mal servicio del mozo, o de
otros comensales alrededor suyo. Solo se conocían hacia seis meses,
pero parecían en pareja hace años.
Finalmente terminaron. Ella le propuso
pedir la cuenta, y él, para sus adentros, lo agradeció. Ella le dio
la mitad del dinero, pero él igual no llegaba. “Tenés más
plata?”, le dijo. “Nop”, respondió ella. “Voy a un cajero”. En la calle, su primer pensamiento fue
prenderse un cigarrillo. Y el segundo, no volver al restaurante. Pero igual volvió.
Durmieron juntos, vestidos, cada uno volteado hacia su lado de pared.
A la mañana siguiente hablaron.
Ella lloró a solas en el baño.
'Quiero irme', le dijo luego.
Se despidieron con un beso.